Compañía Teatral
Tres Gatos Locos
III Gira Latino-Americana – Día 313 – San Salvador
Si Centroamérica fuese una novela, definitivamente Panamá y Costa Rica serían su prólogo. O más bien sería una novela doblemente prologada, como si dos autores bien dispares, quizás lejanos en el tiempo, otorgaran sus textos a modo de preludio a la obra. Pero convengamos que la novela centroamericana comienza cabalmente al entrar en Nicaragua. Es que estos dos países por los que se entra desde el sur a la cintura de América son bien distintos a los que siguen. Mantienen características particulares y bien disímiles entre sí. Panamá con su hipnosis por las divisas que deja el canal, sus indígenas dolarizados, sus puertas cerradas a Sudamérica. Costa Rica con su paréntesis social, su desmilitarización, su inocencia, su pura vida. Hasta las banderas de estos dos se distinguen de las demás con sus agregados rojos. No es que no haya denominadores comunes, por supuesto que los hay, los mismos que nos engloban a todos los latinoamericanos. Pero definitivamente en Nicaragua comienza el clima social fielmente centroamericano.
Capítulo 1 – Nicaragua
Llegamos a Nicaragua el mismo día que Centroamérica celebraba un nuevo aniversario de su independencia, el 15 de septiembre. Una frontera calurosa repleta de banderas sandinistas nos dejó pasar a cambio de los siete dólares per cápita obligatorios. Luego un bus desvencijado nos llevó por hermosos caminos, bordeando el gran lago y admirando la grandeza de los volcanes, hasta la propia capital nicaragüense, Managua. Bajamos en un terminal que no era. Más bien parecía un playón-mercado lleno de gente comerciando sus cosas. Una horda de taxistas enloquecidos nos rodeó tratando de convencernos de llevarnos a diferentes destinos. Finalmente nos fuimos en uno apretadísimos hacia una zona de hoteles baratos. Al llegar, luego de algunas averiguaciones y gracias a la guía de "Calandraca", un pibe más bien marginal del barrio que tenía cuarenta hermanos por parte de padre, llegamos a la casa de huéspedes Castillo. Era una casa devenida hotel. Allí nos alojamos durante toda nuestra estadía en la ciudad.
Los días siguientes comenzamos a notar que la supervivencia en la ciudad no iba a ser tan fácil. El semáforo no era muy redituable y la posibilidad de hacer ruedos callejeros era casi inexistente. Managua es una ciudad bombardeada por los terremotos, la pobreza y los dictadores. A primera vista la ciudad está completamente desarticulada y en desorden. Ante la pregunta de ¿dónde queda el centro? nadie sabe bien qué responder, simplemente sonríen o inventan algo, porque sencillamente en Managua no hay centro. Tampoco hay zonas muy definidas, todo parece mezclado, escondido, aleatoriamente dispuesto. Es común ver casas convertidas en oficinas, hoteles, peluquerías, almacenes, inmobiliarias, bares o pensiones como la que habitábamos. Managua es la capital de un país muy golpeado, principalmente por sus traidores vende-patrias, familia Somoza a la cabeza, perpetrados en el poder por cinco largas y sangrientas décadas, abocados ciegamente a satisfacer los intereses extranjeros en la región. Después de la cobarde traición a Sandino, el imperialismo entró con toda la fuerza a Nicaragua castigándola como si quisiera cobrarse la valentía de aquellos nicaragüenses que enfrentaron la invasión norteamericana y dieron su vida por la libertad. Sin embargo Managua también es una ciudad llena de poesía y de buenas gentes. Un pueblo con gran conciencia de su historia política. Llena de niños sucios de andar jugando en la calle, que corren y gritan y andan en busca de un poco de felicidad en cada rincón.
Las oportunidades no se hicieron esperar. A los pocos días conocimos a un grupo de teatro, los Guachipilín comandados por Gonzalo, un titiritero boliviano que se enamoró de Nicaragua y se quedó junto a Zoa,, su compañera, titiritera, teatrista y siempre ávida de relatar sus buenas historias. Juntos dieron forma al proyecto y lo hicieron vivir a costa de grandes sacrificios. Hoy son un concreto referente de las artes escénicas infantiles en Managua. Ellos nos abrieron generosamente las puertas del festival de teatro infantil que estaban organizando y que, sincrónicamente, estaba a punto de comenzar. A raíz de esta propuesta decidimos quedarnos en la ciudad. Transcurrieron tres semanas apacibles y activas a la vez. Numerosas funciones en escuelas, en colegios, en centros de ayuda solidaria, en algunos bares y en la universidad nacional, surgieron notas periodísticas y diversas invitaciones. Y cada día, agotados con el gratificante cansancio del trabajo, volvíamos a repararnos al hotel donde Jorge, el dueño, se pasaba los días sentado en la misma reposera ventilador en cara, radio a todo volumen, todo el día tomando caña con coca-cola y hielo, sin pausa pero sin prisa. Desde que se levantaba hasta que se desmayaba por la noche en la cama -a veces con el permiso de una breve siesta- se pasaba la vida ahí sentado sin hacer nada más que alimentar su pequeño viaje personal alcohólico y risueño. El pasado le brillaba en los ojos y en su risa forzadamente estridente. Más allá de su aparente abulia nos resultaba un tipo simpático y divertido. Nos amigamos bastante con él, y a él evidentemente le caímos como un buen paréntesis en su rutina indefinida de pared y caña.
Pasadas estas tres semanas de constantes lluvias y funciones, días en que también conocimos Granada, la más antigua ciudad nicaragüense, llegó el momento de irnos. Pronto comenzaba el III Foro Social de las Américas en Guatemala y queríamos estar allí. El domingo 5 de octubre tuvimos el honor de cerrar el festival con una linda función de Un Cuento Negro en el Palacio Nacional de la Cultura, un antiguo gran edificio situado al lado de la catedral semidestruida desde aquel terremoto en que ardió todo Managua, en los 70'. Un hall ilustrado con imágenes revolucionarias y con el eco de los edificios importantes nos sirvió de escenario para irnos de la mejor manera, llenos de alegría y aplausos. Esa misma noche, como confirmando nuestro contento, nos hicimos un rico asado con vino tinto para celebrar y despedirnos de Nicaragua que nos había tratado muy bien.
El día siguiente fue día de fronteras y de quiebres. Por la mañana nos fuimos en bus con destino a Guatemala. Sin escalas, sólo nos quedaban 24 horas para llegar a tiempo al foro. Hicimos récord fronterizo. De Nicaragua cruzamos a Honduras, atravesamos rápidamente la punta sudoeste de ese país y por la noche ya estábamos llegando a El Salvador. En esa frontera entramos en un vórtice oscuro, como un desorden de la energía, un pequeño pozo. Cuando ya abandonábamos el control migratorio, un oficial salvadoreño le informa a Yari, que viajaba con nosotros, la imposibilidad de ingresar al país. ¿Por qué? Por venezolana. Absurdos del sistema que superan la lógica y la paciencia. Luego de calurosas discusiones y de cansarnos de enarbolar los más inalienables derechos al libre tránsito por el mundo, la burocracia uniformada pudo más a fuerza de obstinación y silencios impunes. Yari se tuvo que quedar a dormir en el pueblo hasta el día siguiente y nosotros continuamos el viaje, enojados, pero enteros. El vórtice no había terminado. La frontera oscura nos deparaba una sorpresa más. Mientras todos discutíamos abajo del bus para que dejaran pasar a Yari, alguien dentro del colectivo nos manipuló las mochilas despojándonos de la recién adquirida cámara fotográfica de Caro y de todas las fotos que traía encima. De nada sirvió apelar al sentido común, ni a la reflexión. Mucho menos sirvió la pericia policial. La cámara ya estaba bien guardada. Así entramos a El Salvador y de punta a punta lo atravesamos casi sin detenciones. A la madrugada temprano llegábamos a la ciudad de Guatemala.
Capítulo 2 – Guatemala
Guatemala nos esperaba con corazón y abundancia. La tierra de los mayas nos abría generosamente sus puertas. Y sus brazos. La bienaventuranza no se hizo esperar. Aquella noche de golpes bajos parecía lejana a la luz de esta nueva etapa. Salimos a la ciudad que despertaba abrigándonos improvisadamente ante el fresco de la madrugada guatemalteca. Desayunamos unos cafés con leche con panes en un pequeño antro nocturno que se disfrazaba de cafetería para seguir trabajando durante el día. Mientras tanto comenzamos a husmear la ciudad y los contactos porque ese mismo día comenzaba el foro. Las respuestas llegaron pronto, montadas sobre las sincronías. Vale nos había llenado la casilla de correo con mensajes sobre un cierto contacto en Guate. Luego de ir encadenando todos los mails nos dimos cuenta de que el contacto era Sandy, la Picoletta, a quién habíamos conocido el año pasado en Buenos Aires y con quien habíamos compartido un par de eventos en CasaPasco. Ella no sólo nos esperaba con soluciones de alojamiento y alimentación, también se encargaba de la agenda cultural del Foro de las Américas. Semejante coincidencia nos hizo sonreír profundo y aliviarnos. Horas después nos alojábamos en la antigua y soleada pensión Meza, donde en tiempos pasados se había hospedado el Che Guevara, acontecimiento que era motivo de orgullo en la casa. A lo largo del día se fue poblando de gente de distintos lugares que venía a participar del foro. Estábamos felices de nuestra llegada.
A la tarde fuimos a la universidad donde se celebraba este nuevo encuentro contra la globalización. Llegamos y entusiasmados fuimos mezclándolos con la multitud que iba llegando. Vimos todo el concierto de inauguración, escuchamos los discursos de algunos representantes y comenzamos a conocer los espacios del predio universitario. Esa noche volvimos a la pensión derruidos, pero motivados para comenzar al día siguiente con nuestras presentaciones.
La pensión es una antigua casa poscolonial que conserva de aquellas el patio interior y las habitaciones alrededor. El patio es muy agradable, el sol pega allí de una manera especial, pega naranja y cálido. Una mesita de hierro con sus sillas y unos sillones dispersados crean un ambiente excelente para charlas y humaredas. En la pensión paran varios malabaristas y también artesanos que completan el clima despreocupado del lugar. La mesa de ping-pong, un motivo más. Allí nos batíamos con Tito y Marcos, dos argentinos que conocimos allá, en nuestros torneos de la A.P.P.P. (Asociación de Ping-Pong Profesional) que habíamos fundado. En aquella casa nos desconectábamos de las largas jornadas de foro.
Los cinco días que duró el evento fueron mucho más intensos y fértiles de lo que imaginábamos. Todos los días dábamos dos funciones en un auditorio de la universidad, de características más académicas que artísticas. La acogida fue tan buena entre la gente que la voz se pasó y cada día se llenó más y más el auditorio. La calidez y fuerza de los aplausos, de los abrazos y de las palabras de aliento fueron nuestra mejor retribución. También sumamos los ruedos callejeros fuera de programación, en la gran explanada de entrada de la universidad. Gruesos y fervientes ruedos. Y además de esto nos propusimos una actividad más. Convocamos a toda la gente que quisiera anotarse para participar de un montaje colectivo que realizaríamos en repudio al neoliberalismo y la globalización y que presentaríamos en el acto de cierre del Foro en el Parque Central. La fecha era el 12 de octubre, aniversario funesto de la conquista de América llamado burlescamente por los mismos dominantes "Día de la raza". De qué raza valdría preguntarse. O preguntarles más bien. Si es que hay algo más que preguntarles a estos genocidas que ayer venían en Carabelas y hoy vienen en tanques, en etiquetas, en marcas, en la TV, en la fiebre del consumo, en el espantoso poder de las transnacionales que deciden qué pueblos van a morir de guerra, cuáles de miseria y qué otros de peste, que se toman el permiso de patentar las medicinas, las semillas y el agua. Hoy nos siguen conquistando con el peor acto terrorista que se comente cotidianamente ante la indiferencia general: Casi 50.000 personas mueren de hambre cada día en nuestro planeta. Esto podría evitarse sólo con el dinero que Europa o EEUU gasta en cosméticos. Imaginemos lo que gastan en armas. ¡Qué especie enloquecida la nuestra! Tenemos que poner manos en el asunto. Todos. Es urgente. La indiferencia en estos extremos se convierte en complicidad. Ese es nuestro pensamiento creciente.
Durante tres días consecutivos ensayamos el montaje con más de cincuenta personas que se apuntaron a la movida y que se entregaron con toda la energía a la experiencia. Construimos un trabajo grupal basado en algunas de nuestras antiguas intervenciones en los subtes de Buenos Aires. Cada día ensayamos una historia y le dimos forma a este acto colectivo de más de cincuenta actores. Finalmente enlazamos las tres. Historia de los Imperios, Historia del Miedo e Incomunicación se transformaron en una gran intervención conjunta.
Al fin llegó el domingo de la marcha. Ya teníamos el plan elaborado. Nos reuniríamos en la puerta de la catedral, justo al costado de la plaza, allí nos maquillaríamos y nos organizaríamos para luego atentar en la multitud. Así lo hicimos. Puntualmente estaban todos vestidos de negro según lo convenido, bien dispuestos a la acción. Luego de un par de horas de espera necesarias, justo antes de que termine el acto y ante la mirada impávida de todos, nos colamos entre la multitud y abrimos un enorme círculo en el medio. Becerra ya había intervenido el control de sonido, cortó todos los micrófonos del escenario y subió los nuestros junto al tema de Fermín Muguruza que era la señal de que comenzaba la intervención. Todo sucedió muy rápidamente para nosotros. Fue como un vértigo en el que de pronto disponíamos de toda la atención y el gran silencio de la gente. Y de sus oídos que escuchaban nuestras historias. Fue maravilloso. Cada historia fue escuchada y percibida en el espacio. Transcurrieron uno a uno los relatos coreografiados, despertando la catarsis en cada juego con la gente. Primero romperle la cara a Bush, luego reventar el miedo y finalmente vencer a la burbuja de la incomunicación. Todo se canalizó en un torrente de cientos de aplausos. Luego un escape perfecto. Abrazos, lágrimas, risas, respiraciones fuertes, cantidad de fotos y palabras atolondradas, adrenalina, realización, certeza. Una experiencia inolvidable que, por fortuna, nuestro nuevo amigo Massimo retrató sobradamente con su cámara equilibrando un poco lo eternamente efímero del teatro.
Aquellos días de foro terminaron por abrirnos gran cantidad de puertas. Puertas nuevas, inciertas, verdaderas oportunidades de seguir. Algunas se manifestaron en lo inmediato y otras, más tarde. Algunas aún no se han manifestado, pero ahí están, latiendo.
Terminado el vértigo del foro, sólo quedó un eco, un vacío en nuestros cuerpos, vacío fértil y feliz. La sensación de haber concluido un acontecimiento dejando todo el ser en ello se manifestaba ahora como una necesidad de freno. Estábamos emocionados de cómo tantas personas, de tan diversas latitudes, se habían entregado al trabajo que propusimos y habían confiado y puesto el cuerpo desde el principio. Muchas gracias a toda esta gente. Esa fue la fuerza, el motor, que nos permitió conseguir nuestro propósito, intervenir el acto político con otra voz, la voz popular del cuerpo, que llega distinta, una voz integral, colectiva, llena de imágenes y acciones. Efectiva.
Los siguientes fueron días de descanso y reparación. Días de pensión Meza, de ping-pong, cannabis y paseos. A la tercera jornada comenzamos a despertar de ese feliz sopor que nos habían dejado los días intensos. Dejamos el hotel para quedarnos en la casa de unos conocidos del foro, los del colectivo GuateBuena. Miraron un poco asombrados nuestra inevitablemente estrepitosa llegada. Pero pronto nos familiarizamos y nos hicimos buenos amigos de ellos. La casa es grande y generosa, llena de habitaciones y personajes. Ellos han comenzado a agruparse y a pensar cosas juntos. Primeras semillas incipientes de una juventud altamente reprimida durante muchos años en Guatemala. Lo inevitable. La verdad que vuelve a aglutinarse después del crimen como vuelve a crecer la hierba en el campo quemado. Sus tareas grupales aún son poco definidas, pero eso mismo quizás es lo que les da verdadera ductilidad y fluidez para sobrevivir al individualismo que siempre quiere atentar sobre cualquier intento de colectivizarse. Toda unión es urgente en este país donde se masacró a más de 200.000 personas en las últimas décadas (presten atención a ese número), donde no hay libertad de expresión (ni de impresión), donde hay una fuerte lucha campesina reprimida con todo el cinismo imaginable (y el inimaginable también), con una colección de dictaduras militares marca CIA. Pero con la historia insondable de la gran civilización Maya a sus espaldas y con la presencia rotunda de éstos que están, que dicen y que siempre se alzan después de cada caída. Y que cuánto más se caen, más fuertes se levantan. Los originarios de estas tierras aquí demuestran que son los conductores del cambio y que traen, igual que antaño, la sabiduría y el mandato sagrado de la tierra.
Sobre los mayas sobrevuela una historia sagrada de profunda sabiduría y también una posterior historia de sangre y revoluciones que se desató con aquella funesta llegada europea al continente, represión oscurantista inversamente proporcional a la grandeza y la luz de la civilización maya, padres del saber humano.
Rápidamente nos habíamos transformado en parte de la casa. Pronto la cocina era una fiesta de sabores, el living un pasar de humos y películas, el patio un mundo de malabares y ropa recién lavada. El día 13 en Guatemala nos tocó el placer de recrear la ciudad de Oscurópolis y volver a teñir su calle 13 con las aventuras de Bruno, el deshollinador. Un Cuento Negro fue presentada ese domingo en la sala del mago Marcel, que nos la ofreció fraternalmente. Siempre es satisfactorio volver a las salas. Cuando lo más común de la gira son las calles, las escuelas, los eventos, las pequeñas comunidades, una función a la italiana con butacas y luces resulta un regalo encantador.
Ese lunes fue feriado por conmemoración de la revolución guatemalteca, la única primavera de este pueblo, que duró unos diez años. Acompañamos a los muchachos de GuateBuena a la movilización.
Al otro día festejamos sin contemplaciones el cumple de Caro. No faltaron los globos, ni la risa, el baile, los juegos, vinos, pizzas, hasta un picadito nocturno ahí mismo en la callecita.
El 22 de octubre nuestra gira contó 300 días y entonces todo volvió a cambiar rotundamente. Otro vórtice. Cambio de dirección. Es increíble ver la contundencia con la que se manifiestan. Cuando el curso se va a modificar, se siente, se toca, se huele, se ve. De pronto las sincronías son casi redundantes y todo se anuncia. Ese día abandonamos Guatemala.
Capítulo 3: El Salvador
Efectivamente, visto de una manera netamente geográfica, viajar a El Salvador parece ser un retroceso, teniendo en cuenta que viajamos con rumbo a México. Pero, por el contrario, ha resultado ser un verdadero impulso.
Antes de saltar es importante tomar carrera.
Invitados por Marcos, un español que trabaja en una ONG ambientalista, nos vinimos a El Salvador a pasar un par de semanas participando en diferentes actividades por el medio ambiente dando funciones y talleres. Otra puerta que nos abrió el foro. Apenas llegados nos fue a buscar Massimo, un italiano del que nos hemos hecho muy amigos. Otra puerta más. Desde aquel día hasta éste en el que se escriben los renglones Massimo nos ha acompañado fraternalmente y nos ha ayudado a cada momento. Fuimos directamente a Sensuntepeque, a dos horas de San Salvador. Allí estaba la casa de Massimo y Nicoletta, su compañera. Nos recibieron con pastas italianas y sonrisas. Al otro día hicimos un par de funciones y al siguiente nos mudamos a la capital. Fuimos a parar a la casa de Borja, mallorquín pequeño y movedizo, soñador de un mundo nuevo, anarquista y fumador, gran persona que habíamos conocido en Guatemala. Otra puerta. Allí nos quedamos todos estos días, entre funciones y talleres. Nos hemos hecho buenos amigos de este loco. Conocimos la ciudad y los alrededores. Nos enteramos de que también aquí, como en toda la región hay una historia cruenta de golpes de estado sucesivos, de desapariciones y masacre, de intromisión de la CIA en los asuntos internos, de devaluación, de dolarización. Otro blanco sabroso para los buitres. Otro rincón para resistir. Tierra de guerrillas y poetas.
Esos días nos tocó convivir con la Cumbre de jefes de estado de Iberoamérica. Y por lo tanto nos tocó decir y repudiar. Nos tocó hacer lo nuestro. Así que actuamos en las pequeñas contra-cumbres de estudiantes que hubo y en algunos foros universitarios. También en el Agua-Fest, un festival por el derecho humano al agua y en otros pequeños eventos relacionados a la misma causa. Todo lo mechamos con largas jornadas de cine en casa de Borja, con suculentos almuerzos en el mercado, con pupusas a la noche, y algún que otro paseo. El día final de la cumbre asistimos a la marcha en repudio a las políticas imperialistas. Marcha poco concurrida pero bien ruidosa y convencida.
El sábado siguiente, el 1° de noviembre, tuvimos la fortuna enorme de actuar en el teatro de Santa Ana, una ciudad aledaña a la capital. Ha sido, sin lugar a dudas, el teatro más hermoso en el que nos hemos presentado. Casi cien años de magia circulan por sus columnas esbeltas, por sus frescos. Tramoyas, camarines, telones, bambalinas. Butacas antiguas de madera restaurada. Pedimos el permiso correspondiente a los espíritus que palpablemente allí habitan y les agradecimos que nos hayan abierto su espacio. Dimos una buena función de Un Cuento Negro con un importante público de seres duros e impalpables. Esa noche bailamos en un bar y tomamos ron para celebrar.
Dos días después, cuando cumplíamos trece días en el país, junto con el fin del Tzolkin y mientras se cumplía la profecía del presidente negro en el imperio y Maradona comenzaba a dirigir a la selección argentina, nos fuimos a la playa a descansar. A repararnos corriendo por la arena y mojándonos en las faldas del pacífico. Comiendo un rico pescadito. Cantando canciones.
Trescientos trece días de viaje, sólo un número. Realmente el tiempo es mucho más que eso. La línea se ensancha y se transfigura. Se hace cuerpo imposible de contar. Nos parece una vida al recapitularlo. Un viaje.
Viaje y vida no sólo comparten la primera sílaba.
Ahora nos vamos unos días al lago Atitlán, en Guatemala. Y luego quizás hacia México. Otro mundo. Un largo camino por delante. No sabemos hacia dónde vamos, pero vamos seguros de ir. Como decía el poeta, si caminamos diez pasos, la utopía se aleja diez pasos… La voluntad de la utopía es ser inalcanzable, para mantenernos siempre en constante movimiento. Allá vamos, detrás de renovadas utopías.
Gracias a todos los que se van sumando a esta lista de amigos, a esta red. Gracias a los que en el camino nos van confirmando la necesidad de seguir. Gracias a quienes nos ayudan cada día y a quienes simplemente están con sus diversas formas de estar.
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